Fernando Chelle
viernes, 17 de noviembre de 2017
viernes, 30 de junio de 2017
Por una doncella
En un viejo y antiguo castillo tres
monstruos reían a carcajadas dejando ver sus imponentes dientes afilados.
Festejaban el acierto de uno de los tres, quien con su elegante vestimenta de
siglo había enamorado a una dulce doncella. La chica, virgen y sumamente
hermosa, insistía en que aquel monstruo era el amor de su vida, pese a los
reclamos de su mejor amiga y de otras personas que la rodeaban.
Era escandaloso ver cómo era engañada
con palabras que sólo se podían creer a través de la ignorancia y la inocencia
juntas. Era habitual verlos pasear por el pueblo tomados de la mano como
cualquier pareja. La gente del pueblo, que no veía con buenos ojos esa extraña
relación había planeado rescatarla reiteradamente de las garras de su
enamorado. Por las noches, un carruaje aparcaba
a la puerta de su casa, la obligaba a subir y transitar por caminos amplios y
solitarios, por rutas diferentes cada noche para alejarla del monstruo, pero este,
siempre se las arreglaba para encontrarla nuevamente.
Su mejor amiga, estaba tan preocupada
por la situación que decidió valientemente emprender hacia el castillo de los
tres monstruos. Entrar no fue complicado pues el castillo no tenía vigilancia
alguna. Después de recorrer un largo pasillo, se encontró en una pequeña sala
con una chimenea encendida y decidió acurrucarse detrás de un viejo armario,
esperar que llegaran los monstruos, y desde allí, poder escucharlos y enterarse
de sus intenciones. Pronto entraron conversando animadamente. Cerca de la
chimenea estaban dispuestos un sofá rojo y dos sillas con una mesa de centro en
la que reposaba una botella de vino. El más viejo de todos, de cabello largo
algo canoso y ondulado, estaba sentado en una de las sillas y decía que él
podría conseguir juventud por unos años con un poco de carne de la doncella y
todos reían a carcajadas. Sentado frente a él, se encontraba un monstruo un
poco menor. Vestía un traje negro muy elegante, ajustado, que entallaba su
delgado cuerpo. Este exclamó, que lo que decía su colega no era suficiente para
una vida eterna como las que ellos pretendían, que él la ofrecería en honor a
la inmortalidad como sacrificio de inocencia. Esto, al más viejo le gustó
mucho, tanto que vitoreaba y reía en favor de la buena idea. De pie, apoyado en
el espaldar del sillón, dando su espalda al armario, se encontraba el más joven
de ellos, el mancebo enamorado. Este al escuchar las frases que proferían sus
compañeros, con una sonrisa sarcástica, explicó que sus sugerencias eran ciertamente
infantiles y vanales, que había cosas mejores que hacer con la deliciosa
doncella y todos estallaron a carcajadas nuevamente.
Mientras tanto, la amiga de la
doncella permanecía en su escondite sintiendo como se acrecentaba su ira con
cada carcajada de los monstruos. No podía entender cómo era posible que la
doncella pudiera ser engañada tan fácilmente por el ser que la burlaba. Su
indignación llego al límite y en un impulso estuvo de pie ante ellos. Sintió
que era horrendo tenerlos tan cerca, sus pieles traslucidas, que denotaban la
falta de sol y esa tez amarillenta, que coloreaba sus pómulos y el marco de sus
caras le hacían sentir náuseas. Lo que le pareció más aterrador fueron las
filas de dientes puntudos que salían de sus extravagantes bocas cuando reían,
parecía como que pudieran abrirlas en un ángulo de ciento ochenta grados, lo
único que le pareció rescatable era la forma elegante como iban vestidos. La
chica seguía estupefacta en su posición, perdida en sus pensamientos, mientras
los tres monstruos se aprovechaban de esto para aproximarse socarronamente
hasta ella, quien no parecía inmutarse o estar asustada, sólo en su mirada se
atisbaba lo tenaz de su ira. Cuando los tres estuvieron lo suficientemente
cerca, la chica, lanzó su mano derecha, que creció de forma increíble, hacia
los cuellos de los dos más viejos y al mismo tiempo la izquierda, también
notoriamente más grande, hacia el más joven, atrapándolos de un golpe. Apretó
con mucha fuerza sus puños y los tres monstruos se convirtieron en algo
parecido a una bolsa de gel cristalina y babosa que brillaba a la luz de la
luna entre sus dedos. Al percatarse que había desencajado sus cabezas de
sus cuerpos, abrió las manos y la ira salió de su cuerpo, volviendo con esto a
su tamaño original.
Los cuerpos de los monstruos empezaron
a buscar sus cabezas. Al ver esto, la chica comenzó a sentir pánico por primera
vez desde que había entrado al castillo. Podía ver como las cabezas volvían a
su primera forma reconstruyéndose. Nerviosa como estaba, tomó la botella de
vino y la vació sobre ellas, saco un leño encendido que sobresalía de la
chimenea y las prendió fuego. Se oían gritos atroces y olía a carne podrida quemándose,
pero para cuando ella salió de su inmutación y decidió quemar también los
cuerpos estos habían escapado. Todavía, a lo lejos, se alcanzaban a oír los
cascos de los caballos galopantes. Ella pensó que un cuerpo sin cerebro no
podría dañar a nadie y los dejó que partieran.
Desde entonces, todas las noches,
tres hombres descerebrados acompañan en su cabalgata a una hermosa
doncella.
Andrea Angarita Jerardino
Ingenieria de Sistemas
Decimo semestre
viernes, 16 de junio de 2017
Infancia entre las estatuas
Todo
empezó en mi niñez, una madrugada como cualquier otra. El insomnio no me había
permitido conciliar el sueño, recuerdo que los perros de la casa de al lado no
paraban de latirle a algo que se encontraba al pie de un ventanal que separaba
mi casa de la de mis abuelos. Eran unos ladridos desesperados, pero en medio de
la madrugada nadie quiso levantarse para ver qué sucedía; entonces sin
pensarlo, decidí ir hacia el ventanal para vigilar que todo estuviera bien.
Caminé
entre la penumbra hacia el pasillo que lleva hasta allí. Al llegar a la puerta
de mi cuarto, un profundo temor invadió mi mente y me detuve. El sólo imaginar
qué causaba tal alteración en los perros me sugestionaba, así que decidí volver
rápidamente a la cama.
Todo
continuó igual durante un tiempo, hasta que una calma repentina invadió la
madrugada, esto me permitió descansar hasta la mañana.
Al
despertar, me sentía exhausto, el día estaba muy claro y por alguna razón todo
estaba demasiado tranquilo, daba la impresión de que no hubiera nadie en casa.
Me dirigí hacia el cuarto de mis padres, al llegar, se me heló la sangre al
verlos como si de estatuas se tratasen. Mi padre estaba sentado en el borde de
la cama, completamente inmóvil, con un pie en una pantufla y con el otro suspendido
en el aire. Mi madre aún permanecía acostada boca arriba. Ambos tenían la misma
expresión de serenidad en sus caras, como si nada hubiera pasado, y por más que
les hablaba, continuaban con los ojos abiertos mirando hacia el vacío, haciendo
caso omiso a lo que les decía. Fue entonces cuando el llanto y el miedo se
apoderaron de mí.
Cuando
pude recobrar en algo la calma me dirigí hacia el cuarto de mi hermana y la
encontré en la misma condición de mis padres. Las preguntas invadieron mi
mente, no podía saber qué sucedía.
Mientras
el escalofrío invadía mi cuerpo decidí salir a la calle. Se sentía una
tranquilidad inquietante, el único sonido era el del viento y el de mis pasos
temblorosos. No tenía la certeza de que lo extraño sólo estuviera sucediendo en
mi casa, así que me dirigí donde mis abuelos. Llamé al timbre con intensidad,
pero al no encontrar respuesta decidí saltar sobre las rejas. Estando adentro y
al no poder abrir la puerta del frente, me dirigí hacia el patio trasero, en
donde está el ventanal. Allí pude observar a los perros de mis abuelos en una
postura amenazante, acorralando a una desafortunada zarigüeya, los tres
animales completamente inmóviles. Al otro lado, por la puerta trasera, estaba
mi abuelo también completamente inmóvil, con una linterna aún encendida en la
mano y con la misma expresión serena en la cara. Su postura hacía creer que se
dirigía hacia los animales cuando lo extraño atacó. Después de haber encontrado
a los demás familiares que vivían en la casa de los abuelos en la misma
condición que mis padres y de ver a los vecinos en el mismo estado, comprobé que
yo era el único que no había padecido eso.
Sin
saber qué sucedía, el desespero y la frustración me hicieron caminar durante
horas por la solitaria ciudad, haciéndome olvidar por un momento del miedo que
sentía. Entonces empecé a sentirme libre, sin pensar en las preocupaciones, al
fin podía hacer lo que quisiera, nadie me lo iba a impedir. Pero ese sentimiento
de libertad duró poco, de repente, las distancias se me hacían cada vez más
largas por cada paso que daba. El miedo fue retornando de manera exponencial, a
su vez la desesperación y el pánico me empezaron a atacar. Entonces empecé a
correr de vuelta a mi casa.
El
viento soplaba en mi contra y cada vez me costaba más mantenerme en marcha,
pero poco a poco pude volver a la calle en donde vivía. Entré corriendo a mi
casa y pasé derecho hacia mi cuarto, sólo quería que todo terminara. Entonces
fui a buscar la maceta azul en la que tenía un pequeño árbol que había
plantado, y al aferrarla con fuerza junto a mí, me sentí como aquella zarigüeya
que años atrás había visto arrinconada por los perros en la casa de mis abuelos.
Años
después. Al despertar, descubrí, que la pesadilla había terminado, pero yo, ya
era un adulto.
Duvan Andrés Contreras
Ingeniería electromecánica
jueves, 15 de junio de 2017
El punto de vista de la narración de un cuento o novela
El
punto de vista del personaje
El
propósito de la literatura es entretener al lector,
generarle emociones. Quienes experimentan las emociones en el relato son los
personajes, el lector se identifica con ellos para sentir y vivir todo lo que
les ocurre. Al escribir, entre más acerquemos al lector a la experiencia del
personaje, más emociones le proporcionaremos.
Podemos
utilizar el punto de vista del narrador
omnisciente. Un narrador que sabe todo lo que ocurre en todas partes,
en todos los tiempos y en la cabeza de todos los personajes. Veamos un ejemplo
de este tipo de narrador para contrastarlo luego con el punto de vista de solo
un personaje.
Ejemplo
de narrador omnisciente:
Jorge
lamentó que la situación llegara a eso, levantó el arma y le apuntó a Zacarías
en el pecho.
– No
más evasivas –dijo Jorge con firmeza-. ¿Dónde están las joyas?
Zacarías
guardó silencio. Conocía el escondite, pero no diría nada. Jorge no se
atrevería a dispararle.
Ocultos
detrás de una caneca, en el fondo del callejón, dos miembros del clan de
atracadores de Los Nachos observaban y escuchaban con atención, a la espera de
que Zacarías revelara la información para matarlos a ambos.
En este ejemplo
el narrador sabe lo que piensan Jorge y Zacarías. También sabe que hay dos
personas más ocultas en el callejón. Como se ve, este narrador sabe todo lo que
ocurre.
Si
narramos este mismo fragmento únicamente desde el punto de vista de un
personaje, (narrador equisciente) primero
debemos escoger uno de ellos. Qué personaje escoger dependerá de cada relato.
Es muy posible que contemos la historia desde el punto de vista del
protagonista. La historia se contará desde la perspectiva de ese personaje,
esto es, como si estuviéramos en su cuerpo y en su cabeza. Solamente se
relatará lo que ese personaje sabe, percibe, siente, piensa y la forma en que
él se ve a sí mismo, a los demás y al mundo. De esta forma el lector se ubicará
en su interior y experimentará sus emociones de cerca. En este caso, veamos qué
pasa con nuestro fragmento al narrarlo desde el punto de vista de Jorge:
Jorge
lamentó que la situación llegara a eso, levantó el arma y le apuntó a Zacarías
en el pecho.
– No
más evasivas –dijo Jorge con firmeza-. ¿Dónde están las joyas?
Zacarías
guardó silencio.
Jorge
escrutó el rostro de Zacarías en busca de alguna señal que le revelara si sabía
algo. Pero su expresión no se alteró.
Un
ruido metálico salió del fondo del callejón. El pecho de Jorge se contrajo.
Giró la cabeza en esa dirección. Solo vio canecas apiladas en desorden.
Seguramente una rata corría entre la basura.
Como se
aprecia, en este caso el narrador sabe únicamente lo que Jorge percibe, siente
y piensa. No sabe lo que piensa Zacarías ni lo que hay en el fondo del callejón.
Esto nos acerca más a la experiencia personal de Jorge, a sus emociones y su
incertidumbre.
Ahora,
bien en las novelas o en los cuentos no tan cortos por lo general hay una gran
cantidad de escenas cuyo protagonista no es el mismo de la novela, sino el
personaje más importante para ese segmento de la historia, que puede ser
incluso el antagonista (“el malo”) o algún personaje secundario. En esas
historias cada escena se narrará (si elegimos esta clase de narrador) desde el
punto de vista del personaje más importante o del que se quiera escoger para
dar una impresión particular.
Entonces,
si al escribir nuestro relato queremos cambiar de punto vista, lo mejor es
cambiar de escena o capítulo para no confundir al lector. El cambio de escena
se puede señalar incluso con un espacio o con un símbolo para mayor claridad
(por ejemplo: ***).
En
nuestro ejemplo, supongamos que la escena termina y Jorge no le dispara a
Zacarías. Ahora queremos saber qué pasa con este último personaje. Dejamos un
espacio y comenzamos la siguiente sección.
Zacarías
respiró aliviado. A pesar de que intuía que Jorge no le dispararía, nunca se
sabía hasta dónde lo llevaría la ambición. Caminó hacia la salida del callejón,
alerta a cualquier movimiento extraño y a que Jorge no lo siguiera. Entre más
rápido se deshiciera de las joyas mucho mejor.
Veamos
otro ejemplo en el que se corrige una frase para que quede contada desde la
perspectiva del personaje.
Andrés
leía en su sillón. Alguien lanzó un piano a la calle y el impacto causó un
estruendo.
Si
narramos desde el punto de vista de Andrés, que está concentrado en su lectura,
él no tiene cómo saber que alguien lanzó un objeto, ni que ese objeto fue un
piano. Esta frase tendría que convertirse en algo así:
Andrés
leía en su sillón. Un estruendo sacudió el edificio y estremeció sus tímpanos.
Su corazón se paralizó. ¿Qué había pasado? Se levantó alarmado, dio un paso
tembloroso y se acercó a la ventana. Un piano destrozado ocupaba toda la acera
y algunos pedazos invadían la calle.
Andrés primero
escucha el impacto y luego averigua qué fue lo que sonó. Al final de la frase
Andrés todavía no sabe cómo cayó el piano: si alguien lo lanzó, si se les cayó
a personas que lo subían a un edificio o cualquier otra posibilidad.
Si se
quiere hacer algo diferente, como cambiar varias veces de punto de vista
durante una escena, conviene cerciorarse de que no se confundirá al lector.
La
presentación del punto de vista
Una cosa
es el punto de vista de la narración y otra el pronombre que se utiliza para presentarlo.
En el
caso del narrador omnisciente se usa la tercera persona, como se mostró en el
primer ejemplo. No es posible emplear la primera persona, porque el narrador
omnisciente no se sitúa por definición desde la perspectiva de un solo
personaje.
Por el
contrario, si narramos la historia desde el punto de vista de uno de los
personajes, es posible escoger entre la primera, la segunda o la tercera
persona, aunque la segunda persona es muy poco utilizada, uno de los pocos
ejemplos es Aura, de Carlos Fuentes.
Veamos
qué ocurre con nuestro ejemplo al narrarlo desde la perspectiva de Jorge, pero
en primera persona (antes estaba narrado en tercera persona).
Lamenté
que la situación llegara a eso, levanté el arma y le apunté a Zacarías en el
pecho.
– No
más evasivas –dije con firmeza-. ¿Dónde están las joyas?
Zacarías
guardó silencio.
Escruté
su rostro en busca de alguna señal que me revelara si sabía algo. Pero su
expresión no se alteró en lo más mínimo.
Un
ruido metálico salió del fondo del callejón. Mi pecho se contrajo. Giré la
cabeza en esa dirección. Solo vi canecas apiladas en desorden. Seguramente una
rata corría entre la basura.
Es
posible narrar toda una novela desde la perspectiva de un solo personaje en
primera persona.
Por otra
parte, es claro que resultaría confuso escribir dentro de un mismo relato el
punto de vista de dos personajes diferentes en primera persona. No sabríamos a
quien se refiere el narrador en cada momento o sería mucho más difícil
aclararlo.
Pero sí
es posible escribir la perspectiva de un personaje, el protagonista, en primera
persona y la de los demás en tercera persona, alternando las escenas.
Algunos
escritores consideran que la narración que utiliza la primera persona es más
íntima, acerca más al lector al personaje. Otros dicen que en realidad no hay
mayor diferencia. En cualquier caso, ambas modalidades tienen su atractivo y
vale la pena probarlas o simplemente dejar que surja cualquiera de ellas al
momento de escribir.
Independientemente
del criterio que se escoja, lo importante es mantener la claridad y diferenciar
bien los puntos de vista para que el lector acceda sin dificultades a la
experiencia de los personajes.
Cómo
manejar el suspenso
¿Cuál es
la relación de este tema con el suspenso?
El punto
de vista del narrador omnisciente tiene una ventaja y una desventaja en cuanto
a la creación de suspenso.
Por una
parte, tiene la ventaja de que nos puede anunciar un peligro que el personaje
no conoce generando así suspenso.
Por otra
parte, tiene la desventaja de que no experimentamos tanto ese estado mental
porque no lo vivimos del todo desde “la piel” del personaje.
Al narrar
desde la perspectiva del personaje es posible que este no sepa que se acerca un
peligro (en nuestro ejemplo los tipos al fondo del callejón). Entonces, lo que
habría que hacer para crear suspenso es, por ejemplo, narrar una escena
anterior desde el punto de vista de los “maleantes” donde se les muestre
planeando lo que van a hacer.
Además,
así se crea así una dinámica de alternancia de puntos de vista que la da
velocidad y variedad a la narración.
Tomado de Escribir ficción
miércoles, 7 de junio de 2017
Amor de fotografía (Primera parte)
No era
la más linda de todas las chicas que había en la preparatoria, algunos me conocían
como la nerd de la clase, la marginada que prefería estar en la biblioteca un
viernes por la noche, que estar preparándome para ir a una típica fiesta
salvaje, donde todos se emborrachan y se drogan.
Antes
no estaba sola. Tenía a mis dos mejores amigos, Lina y Andrés. Cursamos juntos
toda la primaria y secundaria, aunque los conocí en 7° grado. Andrés era mayor.
Él parecía un modelo, pero sin músculos y con lentes. Era un chico genial y
amoroso, estuve enamorada de él por dos años, pero preferí callarme y no dañar
nuestra amistad. Lina era la única, a excepción de mi diario, que sabía sobre
mi amor imposible. Tenía un hermoso cabello negro rizado, era extrovertida y
con sus ojos verdes, tenía a más de un chico escurriendo la baba por ella. Yo
no me puedo quejar, tengo un lindo cuerpo, pelo negro alborotado y lo que me
hace más especial es mi gran imaginación.
Nosotros
teníamos planeado cómo serían nuestros días en la prepa. Salir de clases e
irnos a la heladería del tío de Andrés, porque en mi honor invento un helado de
puro chocolate, que Lina envidiaba, ya que su idea de pie de limón no fue tan
popular como creyó.
No
digo que nuestra amistad hubiera sido perfecta, existieron peleas, pero cuando
eso sucedía cada uno buscaba su propio espacio para relajarse, porque a veces
la rutina de estar juntos nos agobiaba. Cuando volvía la calma, nos
encontrábamos en el jardín botánico, donde Lina trabajaba los fines de semana.
Después
de vacaciones, todo cambió. Ellos no eran los mismos de antes. Andrés había
hecho ejercicio y se había puesto lentillas. Las chicas que eran malas con él,
dejaron de serlo y en lugar de evadirlo comenzaron a pedirle su número. Pero
Lina fue la que más me sorprendió, se hablaba con la “zorra de la prepa”,
cuando ella misma la bautizó así, después que esta le robó el novio.
Poco a
poco, se alejaron de mí y encontraron nuevos amigos dejándome sola. Nunca
imagine que me graduaría sin mis mejores amigos. Fue muy triste darme cuenta de
que mis sueños se fueron al abismo. No volvieron a buscarme y me ignoraban
cuando estaban con sus otros amigos. Decidí olvidarlos aunque me doliera.
Tantos años de amistad solo quedarían en el recuerdo.
Tomé la
decisión de irme a estudiar a Italia aprovechando una buena oferta que me hizo el
señor Balastro, el representante de la Universidad de Florencia, que asistió
como jurado en un concurso de fotografía en el que participé. Al parecer le
gustó mi trabajo y quiso darme una oportunidad para irme a Florencia a estudiar
arte y fotografía.
Antes que
el otoño se fuera, ya me encontraba instalada en el campus de la universidad
Galería de la Academia de Florencia. Como las clases iniciaban en una semana,
tuve la curiosidad de conocer un poco esta bella ciudad. En mi paseo encontré
obras medievales y renacentistas como la cúpula de Santa María del Fiore, el
Ponte Vecchio, la Basílica de Santa Cruz, el Palazzo Vecchio y mi última parada
era en el museo el Bargello. Cansada y con un poco de hambre, fui al
supermercado y compré algo para abastecer mi nueva cocina. Pensando en qué
hacer para cenar, me antoje de unos ricos spaghetti, por lo tanto, sabia que
debía preguntar dónde está la sección de salsas. Vi a un trabajador, era un
chico muy lindo de camisa azul, estaba etiquetando unas latas con una pistola. Tomé
aire y me encaminé hacia a él.
–Mi
scusi, dove questa sezione di salsas?
–sezione
due- respondió sin verme a la cara.
Apenada
le di las gracias y me fui hacia la sección dos. Allí encontré varios tipos de
salsa, pero se me dificultó decidirme por una, ya que mi dominio del italiano
no era total. Una fuerte y tranquilizadora voz sonó detrás de mí, al girar, me sorprendí
al ver que se trataba de aquel muchacho.
–¿Por
casualidad eres americana? –Preguntó con un español perfecto–.
–¿Es
muy evidente? –Respondí, mientras sentía que mi cara se volvía como un tomate–.
–No,
tu italiano es muy bueno. Solo lo deduje
por tu ropa, no acostumbro a ver chicas con un estilo similar al tuyo.
Me
ayudó con los demás ingredientes que necesitaba para cocinar y me dirigí hacia
la caja para cancelarlos. Sabía que tenía que irme, pero me costaba, aquel
chico era encantador. Con las bolsas en mis manos y un poco desanimada, caminé
hacia la salida, pero esa voz de nuevo me detuvo.
–¡Espera!
-dijo el muchacho- sé que hasta ahora nos conocimos y no te he dicho mi nombre,
pero me gustaría salir otro día contigo. Por cierto, soy Alessandro, dijo, y se
le salió una sonrisa coqueta y al lado un hoyuelo que tenía escondido.
–Por
supuesto que me encantaría salir contigo. Me llamo Olimpia, pero me dicen Oli,
dije inmediatamente, como si ambos estuviéramos pensando en lo mismo.
Decidí
tomar el riesgo, ya que aún era un desconocido, y lo invité a cenar en mi
habitación del campus. El aceptó, miró
el reloj y me prometió estar allá a las 8:30 p.m. con una botella de vino.
Antes
que Alessandro llegara, me aseguré de guardar la comida y de lavar los pocos
platos que tenía en la cocina sucios. Para tranquilizarme, puse el estéreo que
me regalo mi padre para la fiesta sorpresa de Andrés. Esto hizo que recordara a
mis antiguos amigos, no había pensado en ellos desde hacía 5 años. Quizás los
recordé porque estaba escuchando Melendi –cantante favorito de Lina– o mi
puerta de recuerdos se abrió sin permiso.
Salí de mi trance cuando sonó el timbre. Me solté el pelo y deslicé mis
manos sobre el vestido.
Cuando
abrí la puerta lo encontré mejor vestido, y algo que me llamo la atención,
además del vino, fue su olor a vainilla –mi aroma preferido–. Enseguida recordé
los momentos en que mi madre lavaba la ropa, porque ella siempre le agregaba un
frasquito con aroma de vainilla. ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué ahora los
recuerdos salen sin permiso? Recobré la postura y lo invité a la cocina porque
allí estaba preparando los spaghetti y él, gustoso, se ofreció para hacer una salsa
tradicional que su abuela le había enseñado cuando era niño.
Después
de cenar, salimos a tomar un poco de aire en la terraza. El viento frío,
parecía estarle dando la bienvenida a noviembre. El cielo de aquella noche, muy
distinto al de mi casa, era el más hermoso que había visto hasta el momento. Parecía
una obra de arte, las estrellas brillaban como en una pintura. Mientras observamos
aquel cielo de fantasía, hablamos sobre nuestro pasado, sobre la escuela, lo
que nos hacía felices y muchas cosas más. Cuando me di cuenta que estaba
amaneciendo y que el sol comenzaba a asomarse tras los edificios, corrí rápido
hacia mi habitación para traer la cámara. Al volver, vi a Alessandro
contemplando el paisaje y decidí, sin pedirle permiso, buscar un ángulo donde
se fusionaran él y el amanecer, para así crear la toma perfecta.
Tatiana Ballen Garcia
Comunicación Social
Primer semestre
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