Madre en mis cosas
(Obra
Completa [2005] Casa de Poesía Silva)
Madre,
yo aquí con mis cosas:
con
este cuerpo usado que deseo cambiarme,
con el
polvo pegado en el vestido, en los zapatos,
con
esta cal que me mantiene el peso,
con
esta ceniza que me hace mover las manos,
mover
las sienes, que me alarga hasta un metro con setenta
y que
de pronto se amasa con sueños para que me sienta
barro.
Madre,
tu hijo cuenta
once
años más desde el día de tu nunca;
tiene
rayado el tacto, ríos tácitos en los ojos
y ha
movido los pies por las horas
como
buscando ser más hueso.
Te
contaré, Madre,
me he
dejado crecer las barbas
y
todavía me llamo Eduardo;
Padre
sigue sembrando árboles,
Guillermo
es arquitecto y se ha casado,
Helena
hace lo que tú hacías
y yo
viviendo, consumando el olvido.
Madre,
una noche de música
me
escribiste el cuerpo con toda tu ternura
y
alimentaste mi tristeza con una mirada que yo no entendía
pero
que fue tan clara, que sabía tanto...
He
cruzado estos años llenos de savia y agua
y he
consumido los ojos esperándote;
porque
yo recuerdo que por el sol de los venados
enhebrabas
tus manos con un hilo muy fino
y
cosías mi primer traje apoyada en tu vientre,
tu
vientre que Gemela y yo habitábamos.
Te
contaré algo terrible: soy poeta
y
padezco la ternura de las cosas.
Es muy
duro ser poeta, Madre,
y, sin
embargo, entre ricas palabras,
se
descubren las cosas al nombrarlas.
También
recuerdo
el
viaje que contabas cuando me tenías dentro,
el
dedal que comprendía los colores y el remiendo
y que
de pronto cantaba en tu dedo
toda
la ropa blanca que después planchabas.
Madre,
¿te acuerdas de mis enfermedades?
Pues
todavía sigo enfermo.
Hoy es
primero de septiembre y son las doce del día,
estoy
en un café de Madrid y acabo de llegar de un viaje.
Madre,
no estoy en la patria,
estoy
en un país lejano que tú no conociste
pero
del que siempre hablabas, y decías, España,
como
quien le da nombre a la luz,
como
quien parte de una hermosa ausencia.
Como
te puedes dar cuenta
todavía
sigo enfermo.
Madre,
te contaré que tengo amigos,
son
buenos y me los hubieras aconsejado si vivieras.
Hernando
es pequeño y mi mejor amigo
porque
todas las mañanas entreabre sueños
con su
rostro puro como las estaciones;
Alberto
se parece a la yerba
y
porque ama su infancia estudia medicina;
Rafael
es humilde como para llevarlo por un cuento;
Mario
y Pepe son poetas: el uno nació en Nicaragua
y el
otro en Jerez de la Frontera
y
ambos están llenos de universo
como
si estuvieran secos por construir tantos ríos;
Gutiérrez
recorta huellas para tener pasos de futuro;
Pérez
Chanis es arquitecto
y por
todas partes va cantando como si quisiera edificar el aire;
Toral
tiene mil vidas para repartir a sus amigos;
Diego
es profundo y camina por la tierra con la cabeza
levantada
buscando
un mar en cada estrella;
Pedro
Antonio va por el mundo sin saber la dirección de sus
pies
y su
andar está lleno de auroras;
Agulla
usa gafas y se alarga en el tiempo
como
buscando un sitio para su gran cuerpo;
Paco
Urioste es un boliviano sencillo, buen médico
y
abarca con sus manos de ascendencia inca
las
primeras muertes de los hombres;
a
Geirr Tveitt (Gei vait) se le acaba de morir el padre
entre
un gran silencio nórdico;
Soler
es Curro y andaluz pero muy triste,
triste
como si viera claridad en las cosas;
Enrique
está de nuevo en Cúcuta
y
quiere ser político y más hombre;
Labordeta
es poeta, redondo y baturro
y una
noche decidió cambiar su Zaragoza por el mundo;
también
Colmeiro, quien vive apresuradamente su estatura;
y Luis
Eduardo que tiene el alma llena de banderas
y
Darío que es pintor y Guillermo que también pinta
y
Antonio que es sordo, pero que oye
la
música que sale del trigo de Castilla
y que
de tarde vende vino en la taberna.
Madre,
estos son mis amigos,
pero
no están todos,
faltan
los demás y sus muertes.
Madre,
se me olvidaba Juanita,
la
chica vasca, que me arregla el piso.
Juanita
que se despierta en la voz
para
contarle a los ojos que ha soñado
que
dentro de poco se va a casar.
Es
como una oveja con flores en la lana.
Madre,
todavía no me despido.
Me hace
falta contarte algo a ti que me quieres tanto:
resulta
que mis labios se ataron a un nombre
y que
todos mis abuelos apresuraron el paso por mi sangre
para
que yo amara, resumiéndolos,
en un
total de corazón y sueños.
Sí,
Madre, ahora no soy más que ternura.
Y como
no la conoces voy a decirte cómo es:
tiene
un corazón tan grande
que a
veces no le cabe en el pecho y lo reparte por las flores
y a mí
me toca recoger pájaros claros que han picoteado su
corazón.
En sus
ojos caben todas las distancias
y van pintando
de celeste al tiempo,
su
aliento es el refugio de mi voz cansada
y mi
oído guarda todos sus suspiros.
Madre,
ella alcanza casi tu estatura
y
tiene un nombre donde el mar se desborda
y una
cabellera rubia que no hace mucho
dividía
en trenzas.
Es blanda
cuando yo la acerco a mis brazos
para
que sienta mi amor bajo su pecho.
Yo me
ilumino con su voz
y mi
sombra está pegada a sus dedos.
Como
ves, Madre, sigo todavía enfermo.
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