miércoles, 7 de junio de 2017

Amor de fotografía (Primera parte)


No era la más linda de todas las chicas que había en la preparatoria, algunos me conocían como la nerd de la clase, la marginada que prefería estar en la biblioteca un viernes por la noche, que estar preparándome para ir a una típica fiesta salvaje, donde todos se emborrachan y se drogan.
Antes no estaba sola. Tenía a mis dos mejores amigos, Lina y Andrés. Cursamos juntos toda la primaria y secundaria, aunque los conocí en 7° grado. Andrés era mayor. Él parecía un modelo, pero sin músculos y con lentes. Era un chico genial y amoroso, estuve enamorada de él por dos años, pero preferí callarme y no dañar nuestra amistad. Lina era la única, a excepción de mi diario, que sabía sobre mi amor imposible. Tenía un hermoso cabello negro rizado, era extrovertida y con sus ojos verdes, tenía a más de un chico escurriendo la baba por ella. Yo no me puedo quejar, tengo un lindo cuerpo, pelo negro alborotado y lo que me hace más especial es mi gran imaginación.
Nosotros teníamos planeado cómo serían nuestros días en la prepa. Salir de clases e irnos a la heladería del tío de Andrés, porque en mi honor invento un helado de puro chocolate, que Lina envidiaba, ya que su idea de pie de limón no fue tan popular como creyó.
No digo que nuestra amistad hubiera sido perfecta, existieron peleas, pero cuando eso sucedía cada uno buscaba su propio espacio para relajarse, porque a veces la rutina de estar juntos nos agobiaba. Cuando volvía la calma, nos encontrábamos en el jardín botánico, donde Lina trabajaba los fines de semana.
Después de vacaciones, todo cambió. Ellos no eran los mismos de antes. Andrés había hecho ejercicio y se había puesto lentillas. Las chicas que eran malas con él, dejaron de serlo y en lugar de evadirlo comenzaron a pedirle su número. Pero Lina fue la que más me sorprendió, se hablaba con la “zorra de la prepa”, cuando ella misma la bautizó así, después que esta le robó el novio.
Poco a poco, se alejaron de mí y encontraron nuevos amigos dejándome sola. Nunca imagine que me graduaría sin mis mejores amigos. Fue muy triste darme cuenta de que mis sueños se fueron al abismo. No volvieron a buscarme y me ignoraban cuando estaban con sus otros amigos. Decidí olvidarlos aunque me doliera. Tantos años de amistad solo quedarían en el recuerdo.
Tomé la decisión de irme a estudiar a Italia aprovechando una buena oferta que me hizo el señor Balastro, el representante de la Universidad de Florencia, que asistió como jurado en un concurso de fotografía en el que participé. Al parecer le gustó mi trabajo y quiso darme una oportunidad para irme a Florencia a estudiar arte y fotografía.
Antes que el otoño se fuera, ya me encontraba instalada en el campus de la universidad Galería de la Academia de Florencia. Como las clases iniciaban en una semana, tuve la curiosidad de conocer un poco esta bella ciudad. En mi paseo encontré obras medievales y renacentistas como la cúpula de Santa María del Fiore, el Ponte Vecchio, la Basílica de Santa Cruz, el Palazzo Vecchio y mi última parada era en el museo el Bargello. Cansada y con un poco de hambre, fui al supermercado y compré algo para abastecer mi nueva cocina. Pensando en qué hacer para cenar, me antoje de unos ricos spaghetti, por lo tanto, sabia que debía preguntar dónde está la sección de salsas. Vi a un trabajador, era un chico muy lindo de camisa azul, estaba etiquetando unas latas con una pistola. Tomé aire y me encaminé hacia a él.
–Mi scusi, dove questa sezione di salsas?
–sezione due- respondió sin verme a la cara.
Apenada le di las gracias y me fui hacia la sección dos. Allí encontré varios tipos de salsa, pero se me dificultó decidirme por una, ya que mi dominio del italiano no era total. Una fuerte y tranquilizadora voz sonó detrás de mí, al girar, me sorprendí al ver que se trataba de aquel muchacho.
–¿Por casualidad eres americana? –Preguntó con un español perfecto–.
–¿Es muy evidente? –Respondí, mientras sentía que mi cara se volvía como un tomate–.
–No, tu italiano es muy bueno.  Solo lo deduje por tu ropa, no acostumbro a ver chicas con un estilo similar al tuyo.
Me ayudó con los demás ingredientes que necesitaba para cocinar y me dirigí hacia la caja para cancelarlos. Sabía que tenía que irme, pero me costaba, aquel chico era encantador. Con las bolsas en mis manos y un poco desanimada, caminé hacia la salida, pero esa voz de nuevo me detuvo.  
–¡Espera! -dijo el muchacho- sé que hasta ahora nos conocimos y no te he dicho mi nombre, pero me gustaría salir otro día contigo. Por cierto, soy Alessandro, dijo, y se le salió una sonrisa coqueta y al lado un hoyuelo que tenía escondido.
–Por supuesto que me encantaría salir contigo. Me llamo Olimpia, pero me dicen Oli, dije inmediatamente, como si ambos estuviéramos pensando en lo mismo.
Decidí tomar el riesgo, ya que aún era un desconocido, y lo invité a cenar en mi habitación del campus.  El aceptó, miró el reloj y me prometió estar allá a las 8:30 p.m. con una botella de vino.
Antes que Alessandro llegara, me aseguré de guardar la comida y de lavar los pocos platos que tenía en la cocina sucios. Para tranquilizarme, puse el estéreo que me regalo mi padre para la fiesta sorpresa de Andrés. Esto hizo que recordara a mis antiguos amigos, no había pensado en ellos desde hacía 5 años. Quizás los recordé porque estaba escuchando Melendi –cantante favorito de Lina– o mi puerta de recuerdos se abrió sin permiso.  Salí de mi trance cuando sonó el timbre. Me solté el pelo y deslicé mis manos sobre el vestido.  
Cuando abrí la puerta lo encontré mejor vestido, y algo que me llamo la atención, además del vino, fue su olor a vainilla –mi aroma preferido–. Enseguida recordé los momentos en que mi madre lavaba la ropa, porque ella siempre le agregaba un frasquito con aroma de vainilla. ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué ahora los recuerdos salen sin permiso? Recobré la postura y lo invité a la cocina porque allí estaba preparando los spaghetti y él, gustoso, se ofreció para hacer una salsa tradicional que su abuela le había enseñado cuando era niño.
Después de cenar, salimos a tomar un poco de aire en la terraza. El viento frío, parecía estarle dando la bienvenida a noviembre. El cielo de aquella noche, muy distinto al de mi casa, era el más hermoso que había visto hasta el momento. Parecía una obra de arte, las estrellas brillaban como en una pintura. Mientras observamos aquel cielo de fantasía, hablamos sobre nuestro pasado, sobre la escuela, lo que nos hacía felices y muchas cosas más. Cuando me di cuenta que estaba amaneciendo y que el sol comenzaba a asomarse tras los edificios, corrí rápido hacia mi habitación para traer la cámara. Al volver, vi a Alessandro contemplando el paisaje y decidí, sin pedirle permiso, buscar un ángulo donde se fusionaran él y el amanecer, para así crear la toma perfecta.

Tatiana Ballen Garcia
Comunicación Social
Primer semestre

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