viernes, 30 de junio de 2017

Por una doncella


En un viejo y antiguo castillo tres monstruos reían a carcajadas dejando ver sus imponentes dientes afilados. Festejaban el acierto de uno de los tres, quien con su elegante vestimenta de siglo había enamorado a una dulce doncella. La chica, virgen y sumamente hermosa, insistía en que aquel monstruo era el amor de su vida, pese a los reclamos de su mejor amiga y de otras personas que la rodeaban.
Era escandaloso ver cómo era engañada con palabras que sólo se podían creer a través de la ignorancia y la inocencia juntas. Era habitual verlos pasear por el pueblo tomados de la mano como cualquier pareja. La gente del pueblo, que no veía con buenos ojos esa extraña relación había planeado rescatarla reiteradamente de las garras de su enamorado.  Por las noches, un carruaje aparcaba a la puerta de su casa, la obligaba a subir y transitar por caminos amplios y solitarios, por rutas diferentes cada noche para alejarla del monstruo, pero este, siempre se las arreglaba para encontrarla nuevamente.
Su mejor amiga, estaba tan preocupada por la situación que decidió valientemente emprender hacia el castillo de los tres monstruos. Entrar no fue complicado pues el castillo no tenía vigilancia alguna. Después de recorrer un largo pasillo, se encontró en una pequeña sala con una chimenea encendida y decidió acurrucarse detrás de un viejo armario, esperar que llegaran los monstruos, y desde allí, poder escucharlos y enterarse de sus intenciones. Pronto entraron conversando animadamente. Cerca de la chimenea estaban dispuestos un sofá rojo y dos sillas con una mesa de centro en la que reposaba una botella de vino. El más viejo de todos, de cabello largo algo canoso y ondulado, estaba sentado en una de las sillas y decía que él podría conseguir juventud por unos años con un poco de carne de la doncella y todos reían a carcajadas. Sentado frente a él, se encontraba un monstruo un poco menor. Vestía un traje negro muy elegante, ajustado, que entallaba su delgado cuerpo. Este exclamó, que lo que decía su colega no era suficiente para una vida eterna como las que ellos pretendían, que él la ofrecería en honor a la inmortalidad como sacrificio de inocencia. Esto, al más viejo le gustó mucho, tanto que vitoreaba y reía en favor de la buena idea. De pie, apoyado en el espaldar del sillón, dando su espalda al armario, se encontraba el más joven de ellos, el mancebo enamorado. Este al escuchar las frases que proferían sus compañeros, con una sonrisa sarcástica, explicó que sus sugerencias eran ciertamente infantiles y vanales, que había cosas mejores que hacer con la deliciosa doncella y todos estallaron a carcajadas nuevamente.
Mientras tanto, la amiga de la doncella permanecía en su escondite sintiendo como se acrecentaba su ira con cada carcajada de los monstruos. No podía entender cómo era posible que la doncella pudiera ser engañada tan fácilmente por el ser que la burlaba. Su indignación llego al límite y en un impulso estuvo de pie ante ellos. Sintió que era horrendo tenerlos tan cerca, sus pieles traslucidas, que denotaban la falta de sol y esa tez amarillenta, que coloreaba sus pómulos y el marco de sus caras le hacían sentir náuseas. Lo que le pareció más aterrador fueron las filas de dientes puntudos que salían de sus extravagantes bocas cuando reían, parecía como que pudieran abrirlas en un ángulo de ciento ochenta grados, lo único que le pareció rescatable era la forma elegante como iban vestidos. La chica seguía estupefacta en su posición, perdida en sus pensamientos, mientras los tres monstruos se aprovechaban de esto para aproximarse socarronamente hasta ella, quien no parecía inmutarse o estar asustada, sólo en su mirada se atisbaba lo tenaz de su ira. Cuando los tres estuvieron lo suficientemente cerca, la chica, lanzó su mano derecha, que creció de forma increíble, hacia los cuellos de los dos más viejos y al mismo tiempo la izquierda, también notoriamente más grande, hacia el más joven, atrapándolos de un golpe. Apretó con mucha fuerza sus puños y los tres monstruos se convirtieron en algo parecido a una bolsa de gel cristalina y babosa que brillaba a la luz de la luna entre sus dedos. Al percatarse que había desencajado sus cabezas de sus cuerpos, abrió las manos y la ira salió de su cuerpo, volviendo con esto a su tamaño original.
Los cuerpos de los monstruos empezaron a buscar sus cabezas. Al ver esto, la chica comenzó a sentir pánico por primera vez desde que había entrado al castillo. Podía ver como las cabezas volvían a su primera forma reconstruyéndose. Nerviosa como estaba, tomó la botella de vino y la vació sobre ellas, saco un leño encendido que sobresalía de la chimenea y las prendió fuego. Se oían gritos atroces y olía a carne podrida quemándose, pero para cuando ella salió de su inmutación y decidió quemar también los cuerpos estos habían escapado. Todavía, a lo lejos, se alcanzaban a oír los cascos de los caballos galopantes. Ella pensó que un cuerpo sin cerebro no podría dañar a nadie y los dejó que partieran.

Desde entonces, todas las noches, tres hombres descerebrados acompañan en su cabalgata a una hermosa doncella.  

Andrea Angarita Jerardino
Ingenieria de Sistemas
Decimo semestre

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