En un viejo y antiguo castillo tres
monstruos reían a carcajadas dejando ver sus imponentes dientes afilados.
Festejaban el acierto de uno de los tres, quien con su elegante vestimenta de
siglo había enamorado a una dulce doncella. La chica, virgen y sumamente
hermosa, insistía en que aquel monstruo era el amor de su vida, pese a los
reclamos de su mejor amiga y de otras personas que la rodeaban.
Era escandaloso ver cómo era engañada
con palabras que sólo se podían creer a través de la ignorancia y la inocencia
juntas. Era habitual verlos pasear por el pueblo tomados de la mano como
cualquier pareja. La gente del pueblo, que no veía con buenos ojos esa extraña
relación había planeado rescatarla reiteradamente de las garras de su
enamorado. Por las noches, un carruaje aparcaba
a la puerta de su casa, la obligaba a subir y transitar por caminos amplios y
solitarios, por rutas diferentes cada noche para alejarla del monstruo, pero este,
siempre se las arreglaba para encontrarla nuevamente.
Su mejor amiga, estaba tan preocupada
por la situación que decidió valientemente emprender hacia el castillo de los
tres monstruos. Entrar no fue complicado pues el castillo no tenía vigilancia
alguna. Después de recorrer un largo pasillo, se encontró en una pequeña sala
con una chimenea encendida y decidió acurrucarse detrás de un viejo armario,
esperar que llegaran los monstruos, y desde allí, poder escucharlos y enterarse
de sus intenciones. Pronto entraron conversando animadamente. Cerca de la
chimenea estaban dispuestos un sofá rojo y dos sillas con una mesa de centro en
la que reposaba una botella de vino. El más viejo de todos, de cabello largo
algo canoso y ondulado, estaba sentado en una de las sillas y decía que él
podría conseguir juventud por unos años con un poco de carne de la doncella y
todos reían a carcajadas. Sentado frente a él, se encontraba un monstruo un
poco menor. Vestía un traje negro muy elegante, ajustado, que entallaba su
delgado cuerpo. Este exclamó, que lo que decía su colega no era suficiente para
una vida eterna como las que ellos pretendían, que él la ofrecería en honor a
la inmortalidad como sacrificio de inocencia. Esto, al más viejo le gustó
mucho, tanto que vitoreaba y reía en favor de la buena idea. De pie, apoyado en
el espaldar del sillón, dando su espalda al armario, se encontraba el más joven
de ellos, el mancebo enamorado. Este al escuchar las frases que proferían sus
compañeros, con una sonrisa sarcástica, explicó que sus sugerencias eran ciertamente
infantiles y vanales, que había cosas mejores que hacer con la deliciosa
doncella y todos estallaron a carcajadas nuevamente.
Mientras tanto, la amiga de la
doncella permanecía en su escondite sintiendo como se acrecentaba su ira con
cada carcajada de los monstruos. No podía entender cómo era posible que la
doncella pudiera ser engañada tan fácilmente por el ser que la burlaba. Su
indignación llego al límite y en un impulso estuvo de pie ante ellos. Sintió
que era horrendo tenerlos tan cerca, sus pieles traslucidas, que denotaban la
falta de sol y esa tez amarillenta, que coloreaba sus pómulos y el marco de sus
caras le hacían sentir náuseas. Lo que le pareció más aterrador fueron las
filas de dientes puntudos que salían de sus extravagantes bocas cuando reían,
parecía como que pudieran abrirlas en un ángulo de ciento ochenta grados, lo
único que le pareció rescatable era la forma elegante como iban vestidos. La
chica seguía estupefacta en su posición, perdida en sus pensamientos, mientras
los tres monstruos se aprovechaban de esto para aproximarse socarronamente
hasta ella, quien no parecía inmutarse o estar asustada, sólo en su mirada se
atisbaba lo tenaz de su ira. Cuando los tres estuvieron lo suficientemente
cerca, la chica, lanzó su mano derecha, que creció de forma increíble, hacia
los cuellos de los dos más viejos y al mismo tiempo la izquierda, también
notoriamente más grande, hacia el más joven, atrapándolos de un golpe. Apretó
con mucha fuerza sus puños y los tres monstruos se convirtieron en algo
parecido a una bolsa de gel cristalina y babosa que brillaba a la luz de la
luna entre sus dedos. Al percatarse que había desencajado sus cabezas de
sus cuerpos, abrió las manos y la ira salió de su cuerpo, volviendo con esto a
su tamaño original.
Los cuerpos de los monstruos empezaron
a buscar sus cabezas. Al ver esto, la chica comenzó a sentir pánico por primera
vez desde que había entrado al castillo. Podía ver como las cabezas volvían a
su primera forma reconstruyéndose. Nerviosa como estaba, tomó la botella de
vino y la vació sobre ellas, saco un leño encendido que sobresalía de la
chimenea y las prendió fuego. Se oían gritos atroces y olía a carne podrida quemándose,
pero para cuando ella salió de su inmutación y decidió quemar también los
cuerpos estos habían escapado. Todavía, a lo lejos, se alcanzaban a oír los
cascos de los caballos galopantes. Ella pensó que un cuerpo sin cerebro no
podría dañar a nadie y los dejó que partieran.
Desde entonces, todas las noches,
tres hombres descerebrados acompañan en su cabalgata a una hermosa
doncella.
Andrea Angarita Jerardino
Ingenieria de Sistemas
Decimo semestre
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