miércoles, 17 de mayo de 2017

Recital de poesía, jueves 11 de mayo de 2017













Carta a un querido amigo


Querido amigo:

Algunas veces, el destino nos manda personas que por el momento creemos que son insignificantes, aunque esto no siempre sea así. En ocasiones, esas personas son todo lo que terminas necesitando. Un buen ejemplo serias tú.
Fui a Durania en búsqueda de un nuevo camino, en realidad quería alejarme de mis pensamientos. Mi única idea era huir de lo que sentía, aunque solo fuera por una noche. Con el corazón roto, una botella de alcohol y una hermosa luna, quizá pudiera lograrlo. Deseaba una compañía como la tuya, que no juzgara las razones de mi llanto, que me comprendiera. Ahí estabas tú, apoyándome y cuidándome, mientras que yo hablaba del hombre que me había lastimado hacía unos días.
Fue pasando el tiempo y aun seguíamos en contacto, comprendí que no eres una persona fácil de conocer. Para que alguien se gane tu confianza tiene que hacer mucho, como verte llorar y reír, aguantarte en tus loqueras y momentos de tristezas, y entre otras cosas, estar contigo cuando tomes. En algún momento temí que nunca confiaras en mí, pero después de tantos meses hablando todos los días, creo que lo conseguí.
Como todos, tenemos cosas en común, pero somos muy diferentes, aunque a simple vista nadie lo note. Tú, siempre intentando tener los pies sobre la tierra, evitas el romanticismo y eres realista, y yo, tan soñadora, con mi manera idealista e ingenua de ver el mundo y el amor. Sin embargo, esas diferencias por el momento no nos han causado problemas y espero que no los haya en el futuro.
Estoy muy agradecida contigo por darme la mano cuando más necesitaba a una persona. En los momentos en que el llanto y la ansiedad estaban al límite, llegabas con tus palabras fuertes y esos consejos que ayudaban a tranquilizarme, lo mismo que cuando me hacías reír con esas notas de voz que me enviabas, cantando vallenato y reggaetón.
Querido amigo, debo decirte que el próximo año, cuando la distancia ya no nos afecte, tendrás que aguantarme más de lo que haces ahora. Haremos muchas cosas y si está en mi alcance, intentaré hacer cumplir tus sueños o anhelos. No pierdas el tiempo mirando en tu reloj cómo los minutos pasan, no te lo obsequié con ese fin. Quisiera, en ese tiempo que va transcurriendo, estar junto a ti, viviendo instantes de felicidad y explorando el mundo.
Eres mi mejor amigo, así te presento ante las personas que me rodean, incluso cuando se burlan por tu tierno apodo –gatito-.
 Con cariño, tu mejor amiga, romántica y soñadora

Tatiana Ballen Garcia
Comunicación Social
Primer semestre

lunes, 8 de mayo de 2017

A la vuelta, la casualidad




Mirando hacia arriba, con los ojos clavados en las líneas blancuzcas del cielo raso, dejó caer los largos brazos en forma brusca sobre el colchón duro. Una voz suave lo sacó del adormecimiento, producido por las melodías de la guitarra que reposaba a media altura de sus 1,70 metros, tendida también sobre la cama. Se levantó con un ruido casi imperceptible, dando un salto hasta la alfombra verdosa, sucia y maltrecha.          Se acercó a la puerta casi sin prestarle atención, y salió a la claridad del mundo exterior. Allí en la cocina lo esperaba su madre, quien, con acento tímido por el desenlace de la telenovela, le dijo nuevamente:
-ya está el almuerzo, come antes de que se enfríe- y se deslizó a paso lento a la habitación contigua, para sentarse en la silla del comedor.
Él avanzó unos cuantos pasos al baño para lavarse las manos en el grifo, que se abría camino tímidamente a través de las baldosas cerámicas que cubrían la pared. Sus ojos aún no se reponían del brusco golpe que le atestó el cambio de iluminación, entre la penumbra de las paredes azules de su habitación, y la blancura ostentosa del resto de la casa.
Se acercó a ella con los ojos apagados y el cabello revuelto, como si hubiera sido víctima de un tornado -precisamente su corazón pasaba por uno en ese momento, y luchaba por salir ileso- se encorvó un poco, para llegar a la altura del hombro de su madre, y dejó caer su cabeza junto a la de ella, que volteó a recibirlo con la cálida mirada que lo recomponía desde hacía 18 años.
-Come, que se enfría la comida.
-La verdad- vaciló con voz trémula, mientras se erguía nuevamente -no tengo apetito.
Se alejó con paso dubitativo, mientras la luz del sol golpeaba su rostro frío y muerto. Entró a su cuarto y volvió a dormitar. Difusas imágenes se formaban en su mente: el primer día que vio a la chica de cabello corto, el día que la invitó a salir a comer y a rondar despreocupados por un pequeño museo, el día que la besó por primera vez y sus ojos se vieron reflejados en los destellantes ojos de ella, el momento de la discusión...
Un estruendo y varios gritos, así como el inclemente alarido de los perros, lo hicieron saltar de golpe hasta casi caerse de la cama.
-¡Ay Dios mío!- gritó su madre después del agudo rechinar de los frenos.
Él salió a prisa y se posó junto a ella frente a la ventana del comedor. Los ruidos no paraban, y las personas aglomeradas en la mitad de la calle zumbaban como un panal de abejas de varios metros de ancho. -Una moto golpeó a una muchacha- le dijo su madre, ya más tranquila, anticipándose a su pregunta.
Él quiso saber quién había sido la víctima, pero por azar, logró observar en un claro entre los vecinos entrometidos, a la persona que hasta hacía unos días había cruzado esa misma calle de su mano como su novia. Reconocería esa cara donde fuera. Si bien estaba pálido y desalineado, esa visión lo dejó translúcido.
Corrió a toda prisa. Con manos y pies apartó sillas, puertas, cuerpos, y en menos de un parpadeo estaba junto a ella. Sí, en efecto era ella, y en efecto una moto la había golpeado, con fuerza tal que logró quebrarle la pierna izquierda.
-¿Cómo estás? Cariño.

Ella lo miró, sus labios temblaban y sus ojos estaban inundados detrás de sus gafas; el pelo se balanceaba despreocupado sobre su cara. Él se agachó, con total sutileza para no lastimarle la herida, y la abrazó con todo el cariño que alguna vez pudo sentir hacia alguien. Ella no dijo nada, no podía decirlo por mucho que quisiera, sólo lo miró, lo vio difuso a través de las lágrimas, que ya no eran por el dolor físico, sino por el hecho de darse cuenta que, a pesar de la distancia, él volvería siempre a estar ahí.

Fredy Yamid Arciniegas Ramirez
Ingeniería de sistemas 
Quinto semestre


lunes, 1 de mayo de 2017

Participación del Laboratorio de Escritura PALABRA ESCRITA en la Semana del Idioma UFPS



'Medio pan y un libro':
Por: Federico García Lorca
En septiembre de 1931, el poeta español Federico García Lorca leyó en voz alta este manifiesto a favor de los libros y la lectura. Se inauguraba la biblioteca pública de su pueblo natal, Fuente Vaqueros, en Granada, y aunque las bibliotecas ahora van más allá de los libros, su mensaje sigue siendo tan vigente como entonces.
"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. 'Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre', piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor', y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!'. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura'. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz."


Participación del Laboratorio de Escritura PALABRA ESCRITA en la Semana del Idioma UFPS




Madre en mis cosas
(Obra Completa [2005] Casa de Poesía Silva)

Madre, yo aquí con mis cosas:
con este cuerpo usado que deseo cambiarme,
con el polvo pegado en el vestido, en los zapatos,
con esta cal que me mantiene el peso,
con esta ceniza que me hace mover las manos,
mover las sienes, que me alarga hasta un metro con setenta
y que de pronto se amasa con sueños para que me sienta
barro.

Madre, tu hijo cuenta
once años más desde el día de tu nunca;
tiene rayado el tacto, ríos tácitos en los ojos
y ha movido los pies por las horas
como buscando ser más hueso.

Te contaré, Madre,
me he dejado crecer las barbas
y todavía me llamo Eduardo;
Padre sigue sembrando árboles,
Guillermo es arquitecto y se ha casado,
Helena hace lo que tú hacías
y yo viviendo, consumando el olvido.

Madre, una noche de música
me escribiste el cuerpo con toda tu ternura
y alimentaste mi tristeza con una mirada que yo no entendía
pero que fue tan clara, que sabía tanto...

He cruzado estos años llenos de savia y agua
y he consumido los ojos esperándote;
porque yo recuerdo que por el sol de los venados
enhebrabas tus manos con un hilo muy fino
y cosías mi primer traje apoyada en tu vientre,
tu vientre que Gemela y yo habitábamos.

Te contaré algo terrible: soy poeta
y padezco la ternura de las cosas.

Es muy duro ser poeta, Madre,
y, sin embargo, entre ricas palabras,
se descubren las cosas al nombrarlas.

También recuerdo
el viaje que contabas cuando me tenías dentro,
el dedal que comprendía los colores y el remiendo
y que de pronto cantaba en tu dedo
toda la ropa blanca que después planchabas.

Madre, ¿te acuerdas de mis enfermedades?
Pues todavía sigo enfermo.
Hoy es primero de septiembre y son las doce del día,
estoy en un café de Madrid y acabo de llegar de un viaje.

Madre, no estoy en la patria,
estoy en un país lejano que tú no conociste
pero del que siempre hablabas, y decías, España,
como quien le da nombre a la luz,
como quien parte de una hermosa ausencia.

Como te puedes dar cuenta
todavía sigo enfermo.
Madre, te contaré que tengo amigos,
son buenos y me los hubieras aconsejado si vivieras.
Hernando es pequeño y mi mejor amigo
porque todas las mañanas entreabre sueños
con su rostro puro como las estaciones;

Alberto se parece a la yerba
y porque ama su infancia estudia medicina;
Rafael es humilde como para llevarlo por un cuento;
Mario y Pepe son poetas: el uno nació en Nicaragua
y el otro en Jerez de la Frontera
y ambos están llenos de universo
como si estuvieran secos por construir tantos ríos;
Gutiérrez recorta huellas para tener pasos de futuro;
Pérez Chanis es arquitecto
y por todas partes va cantando como si quisiera edificar el aire;
Toral tiene mil vidas para repartir a sus amigos;
Diego es profundo y camina por la tierra con la cabeza
levantada
buscando un mar en cada estrella;
Pedro Antonio va por el mundo sin saber la dirección de sus
pies
y su andar está lleno de auroras;
Agulla usa gafas y se alarga en el tiempo
como buscando un sitio para su gran cuerpo;
Paco Urioste es un boliviano sencillo, buen médico
y abarca con sus manos de ascendencia inca
las primeras muertes de los hombres;
a Geirr Tveitt (Gei vait) se le acaba de morir el padre
entre un gran silencio nórdico;

Soler es Curro y andaluz pero muy triste,
triste como si viera claridad en las cosas;
Enrique está de nuevo en Cúcuta
y quiere ser político y más hombre;
Labordeta es poeta, redondo y baturro
y una noche decidió cambiar su Zaragoza por el mundo;
también Colmeiro, quien vive apresuradamente su estatura;
y Luis Eduardo que tiene el alma llena de banderas
y Darío que es pintor y Guillermo que también pinta
y Antonio que es sordo, pero que oye
la música que sale del trigo de Castilla
y que de tarde vende vino en la taberna.

Madre, estos son mis amigos,
pero no están todos,
faltan los demás y sus muertes.

Madre, se me olvidaba Juanita,
la chica vasca, que me arregla el piso.
Juanita que se despierta en la voz
para contarle a los ojos que ha soñado
que dentro de poco se va a casar.
Es como una oveja con flores en la lana.

Madre, todavía no me despido.
Me hace falta contarte algo a ti que me quieres tanto:
resulta que mis labios se ataron a un nombre
y que todos mis abuelos apresuraron el paso por mi sangre
para que yo amara, resumiéndolos,
en un total de corazón y sueños.

Sí, Madre, ahora no soy más que ternura.
Y como no la conoces voy a decirte cómo es:
tiene un corazón tan grande
que a veces no le cabe en el pecho y lo reparte por las flores
y a mí me toca recoger pájaros claros que han picoteado su
corazón.

En sus ojos caben todas las distancias
y van pintando de celeste al tiempo,
su aliento es el refugio de mi voz cansada
y mi oído guarda todos sus suspiros.

Madre, ella alcanza casi tu estatura
y tiene un nombre donde el mar se desborda
y una cabellera rubia que no hace mucho
dividía en trenzas.

Es blanda cuando yo la acerco a mis brazos
para que sienta mi amor bajo su pecho.
Yo me ilumino con su voz
y mi sombra está pegada a sus dedos.

Como ves, Madre, sigo todavía enfermo.