viernes, 30 de junio de 2017

Por una doncella


En un viejo y antiguo castillo tres monstruos reían a carcajadas dejando ver sus imponentes dientes afilados. Festejaban el acierto de uno de los tres, quien con su elegante vestimenta de siglo había enamorado a una dulce doncella. La chica, virgen y sumamente hermosa, insistía en que aquel monstruo era el amor de su vida, pese a los reclamos de su mejor amiga y de otras personas que la rodeaban.
Era escandaloso ver cómo era engañada con palabras que sólo se podían creer a través de la ignorancia y la inocencia juntas. Era habitual verlos pasear por el pueblo tomados de la mano como cualquier pareja. La gente del pueblo, que no veía con buenos ojos esa extraña relación había planeado rescatarla reiteradamente de las garras de su enamorado.  Por las noches, un carruaje aparcaba a la puerta de su casa, la obligaba a subir y transitar por caminos amplios y solitarios, por rutas diferentes cada noche para alejarla del monstruo, pero este, siempre se las arreglaba para encontrarla nuevamente.
Su mejor amiga, estaba tan preocupada por la situación que decidió valientemente emprender hacia el castillo de los tres monstruos. Entrar no fue complicado pues el castillo no tenía vigilancia alguna. Después de recorrer un largo pasillo, se encontró en una pequeña sala con una chimenea encendida y decidió acurrucarse detrás de un viejo armario, esperar que llegaran los monstruos, y desde allí, poder escucharlos y enterarse de sus intenciones. Pronto entraron conversando animadamente. Cerca de la chimenea estaban dispuestos un sofá rojo y dos sillas con una mesa de centro en la que reposaba una botella de vino. El más viejo de todos, de cabello largo algo canoso y ondulado, estaba sentado en una de las sillas y decía que él podría conseguir juventud por unos años con un poco de carne de la doncella y todos reían a carcajadas. Sentado frente a él, se encontraba un monstruo un poco menor. Vestía un traje negro muy elegante, ajustado, que entallaba su delgado cuerpo. Este exclamó, que lo que decía su colega no era suficiente para una vida eterna como las que ellos pretendían, que él la ofrecería en honor a la inmortalidad como sacrificio de inocencia. Esto, al más viejo le gustó mucho, tanto que vitoreaba y reía en favor de la buena idea. De pie, apoyado en el espaldar del sillón, dando su espalda al armario, se encontraba el más joven de ellos, el mancebo enamorado. Este al escuchar las frases que proferían sus compañeros, con una sonrisa sarcástica, explicó que sus sugerencias eran ciertamente infantiles y vanales, que había cosas mejores que hacer con la deliciosa doncella y todos estallaron a carcajadas nuevamente.
Mientras tanto, la amiga de la doncella permanecía en su escondite sintiendo como se acrecentaba su ira con cada carcajada de los monstruos. No podía entender cómo era posible que la doncella pudiera ser engañada tan fácilmente por el ser que la burlaba. Su indignación llego al límite y en un impulso estuvo de pie ante ellos. Sintió que era horrendo tenerlos tan cerca, sus pieles traslucidas, que denotaban la falta de sol y esa tez amarillenta, que coloreaba sus pómulos y el marco de sus caras le hacían sentir náuseas. Lo que le pareció más aterrador fueron las filas de dientes puntudos que salían de sus extravagantes bocas cuando reían, parecía como que pudieran abrirlas en un ángulo de ciento ochenta grados, lo único que le pareció rescatable era la forma elegante como iban vestidos. La chica seguía estupefacta en su posición, perdida en sus pensamientos, mientras los tres monstruos se aprovechaban de esto para aproximarse socarronamente hasta ella, quien no parecía inmutarse o estar asustada, sólo en su mirada se atisbaba lo tenaz de su ira. Cuando los tres estuvieron lo suficientemente cerca, la chica, lanzó su mano derecha, que creció de forma increíble, hacia los cuellos de los dos más viejos y al mismo tiempo la izquierda, también notoriamente más grande, hacia el más joven, atrapándolos de un golpe. Apretó con mucha fuerza sus puños y los tres monstruos se convirtieron en algo parecido a una bolsa de gel cristalina y babosa que brillaba a la luz de la luna entre sus dedos. Al percatarse que había desencajado sus cabezas de sus cuerpos, abrió las manos y la ira salió de su cuerpo, volviendo con esto a su tamaño original.
Los cuerpos de los monstruos empezaron a buscar sus cabezas. Al ver esto, la chica comenzó a sentir pánico por primera vez desde que había entrado al castillo. Podía ver como las cabezas volvían a su primera forma reconstruyéndose. Nerviosa como estaba, tomó la botella de vino y la vació sobre ellas, saco un leño encendido que sobresalía de la chimenea y las prendió fuego. Se oían gritos atroces y olía a carne podrida quemándose, pero para cuando ella salió de su inmutación y decidió quemar también los cuerpos estos habían escapado. Todavía, a lo lejos, se alcanzaban a oír los cascos de los caballos galopantes. Ella pensó que un cuerpo sin cerebro no podría dañar a nadie y los dejó que partieran.

Desde entonces, todas las noches, tres hombres descerebrados acompañan en su cabalgata a una hermosa doncella.  

Andrea Angarita Jerardino
Ingenieria de Sistemas
Decimo semestre

viernes, 16 de junio de 2017

Infancia entre las estatuas



Todo empezó en mi niñez, una madrugada como cualquier otra. El insomnio no me había permitido conciliar el sueño, recuerdo que los perros de la casa de al lado no paraban de latirle a algo que se encontraba al pie de un ventanal que separaba mi casa de la de mis abuelos. Eran unos ladridos desesperados, pero en medio de la madrugada nadie quiso levantarse para ver qué sucedía; entonces sin pensarlo, decidí ir hacia el ventanal para vigilar que todo estuviera bien.
Caminé entre la penumbra hacia el pasillo que lleva hasta allí. Al llegar a la puerta de mi cuarto, un profundo temor invadió mi mente y me detuve. El sólo imaginar qué causaba tal alteración en los perros me sugestionaba, así que decidí volver rápidamente a la cama.
Todo continuó igual durante un tiempo, hasta que una calma repentina invadió la madrugada, esto me permitió descansar hasta la mañana.
Al despertar, me sentía exhausto, el día estaba muy claro y por alguna razón todo estaba demasiado tranquilo, daba la impresión de que no hubiera nadie en casa. Me dirigí hacia el cuarto de mis padres, al llegar, se me heló la sangre al verlos como si de estatuas se tratasen. Mi padre estaba sentado en el borde de la cama, completamente inmóvil, con un pie en una pantufla y con el otro suspendido en el aire. Mi madre aún permanecía acostada boca arriba. Ambos tenían la misma expresión de serenidad en sus caras, como si nada hubiera pasado, y por más que les hablaba, continuaban con los ojos abiertos mirando hacia el vacío, haciendo caso omiso a lo que les decía. Fue entonces cuando el llanto y el miedo se apoderaron de mí.

Cuando pude recobrar en algo la calma me dirigí hacia el cuarto de mi hermana y la encontré en la misma condición de mis padres. Las preguntas invadieron mi mente, no podía saber qué sucedía.
Mientras el escalofrío invadía mi cuerpo decidí salir a la calle. Se sentía una tranquilidad inquietante, el único sonido era el del viento y el de mis pasos temblorosos. No tenía la certeza de que lo extraño sólo estuviera sucediendo en mi casa, así que me dirigí donde mis abuelos. Llamé al timbre con intensidad, pero al no encontrar respuesta decidí saltar sobre las rejas. Estando adentro y al no poder abrir la puerta del frente, me dirigí hacia el patio trasero, en donde está el ventanal. Allí pude observar a los perros de mis abuelos en una postura amenazante, acorralando a una desafortunada zarigüeya, los tres animales completamente inmóviles. Al otro lado, por la puerta trasera, estaba mi abuelo también completamente inmóvil, con una linterna aún encendida en la mano y con la misma expresión serena en la cara. Su postura hacía creer que se dirigía hacia los animales cuando lo extraño atacó. Después de haber encontrado a los demás familiares que vivían en la casa de los abuelos en la misma condición que mis padres y de ver a los vecinos en el mismo estado, comprobé que yo era el único que no había padecido eso.
Sin saber qué sucedía, el desespero y la frustración me hicieron caminar durante horas por la solitaria ciudad, haciéndome olvidar por un momento del miedo que sentía. Entonces empecé a sentirme libre, sin pensar en las preocupaciones, al fin podía hacer lo que quisiera, nadie me lo iba a impedir. Pero ese sentimiento de libertad duró poco, de repente, las distancias se me hacían cada vez más largas por cada paso que daba. El miedo fue retornando de manera exponencial, a su vez la desesperación y el pánico me empezaron a atacar. Entonces empecé a correr de vuelta a mi casa.

El viento soplaba en mi contra y cada vez me costaba más mantenerme en marcha, pero poco a poco pude volver a la calle en donde vivía. Entré corriendo a mi casa y pasé derecho hacia mi cuarto, sólo quería que todo terminara. Entonces fui a buscar la maceta azul en la que tenía un pequeño árbol que había plantado, y al aferrarla con fuerza junto a mí, me sentí como aquella zarigüeya que años atrás había visto arrinconada por los perros en la casa de mis abuelos.
Años después. Al despertar, descubrí, que la pesadilla había terminado, pero yo, ya era un adulto. 

Duvan Andrés Contreras
Ingeniería electromecánica




Recital de poesía joven, jueves 15 de junio de 2017
















Semana del idioma, del lunes 24 al viernes 28 de agosto de 2017














jueves, 15 de junio de 2017

El punto de vista de la narración de un cuento o novela


El punto de vista del personaje
El propósito de la literatura es entretener al lector, generarle emociones. Quienes experimentan las emociones en el relato son los personajes, el lector se identifica con ellos para sentir y vivir todo lo que les ocurre. Al escribir, entre más acerquemos al lector a la experiencia del personaje, más emociones le proporcionaremos.
Podemos utilizar el punto de vista del narrador omnisciente. Un narrador que sabe todo lo que ocurre en todas partes, en todos los tiempos y en la cabeza de todos los personajes. Veamos un ejemplo de este tipo de narrador para contrastarlo luego con el punto de vista de solo un personaje.
Ejemplo de narrador omnisciente:
Jorge lamentó que la situación llegara a eso, levantó el arma y le apuntó a Zacarías en el pecho.
– No más evasivas –dijo Jorge con firmeza-. ¿Dónde están las joyas?
Zacarías guardó silencio. Conocía el escondite, pero no diría nada. Jorge no se atrevería a dispararle.
Ocultos detrás de una caneca, en el fondo del callejón, dos miembros del clan de atracadores de Los Nachos observaban y escuchaban con atención, a la espera de que Zacarías revelara la información para matarlos a ambos.
En este ejemplo el narrador sabe lo que piensan Jorge y Zacarías. También sabe que hay dos personas más ocultas en el callejón. Como se ve, este narrador sabe todo lo que ocurre.
Si narramos este mismo fragmento únicamente desde el punto de vista de un personaje, (narrador equisciente) primero debemos escoger uno de ellos. Qué personaje escoger dependerá de cada relato. Es muy posible que contemos la historia desde el punto de vista del protagonista. La historia se contará desde la perspectiva de ese personaje, esto es, como si estuviéramos en su cuerpo y en su cabeza. Solamente se relatará lo que ese personaje sabe, percibe, siente, piensa y la forma en que él se ve a sí mismo, a los demás y al mundo. De esta forma el lector se ubicará en su interior y experimentará sus emociones de cerca. En este caso, veamos qué pasa con nuestro fragmento al narrarlo desde el punto de vista de Jorge:
Jorge lamentó que la situación llegara a eso, levantó el arma y le apuntó a Zacarías en el pecho.
– No más evasivas –dijo Jorge con firmeza-. ¿Dónde están las joyas?
Zacarías guardó silencio.
Jorge escrutó el rostro de Zacarías en busca de alguna señal que le revelara si sabía algo. Pero su expresión no se alteró.
Un ruido metálico salió del fondo del callejón. El pecho de Jorge se contrajo. Giró la cabeza en esa dirección. Solo vio canecas apiladas en desorden. Seguramente una rata corría entre la basura.
Como se aprecia, en este caso el narrador sabe únicamente lo que Jorge percibe, siente y piensa. No sabe lo que piensa Zacarías ni lo que hay en el fondo del callejón. Esto nos acerca más a la experiencia personal de Jorge, a sus emociones y su incertidumbre.
Ahora, bien en las novelas o en los cuentos no tan cortos por lo general hay una gran cantidad de escenas cuyo protagonista no es el mismo de la novela, sino el personaje más importante para ese segmento de la historia, que puede ser incluso el antagonista (“el malo”) o algún personaje secundario. En esas historias cada escena se narrará (si elegimos esta clase de narrador) desde el punto de vista del personaje más importante o del que se quiera escoger para dar una impresión particular.
Entonces, si al escribir nuestro relato queremos cambiar de punto vista, lo mejor es cambiar de escena o capítulo para no confundir al lector. El cambio de escena se puede señalar incluso con un espacio o con un símbolo para mayor claridad (por ejemplo: ***).
En nuestro ejemplo, supongamos que la escena termina y Jorge no le dispara a Zacarías. Ahora queremos saber qué pasa con este último personaje. Dejamos un espacio y comenzamos la siguiente sección.
Zacarías respiró aliviado. A pesar de que intuía que Jorge no le dispararía, nunca se sabía hasta dónde lo llevaría la ambición. Caminó hacia la salida del callejón, alerta a cualquier movimiento extraño y a que Jorge no lo siguiera. Entre más rápido se deshiciera de las joyas mucho mejor.
Veamos otro ejemplo en el que se corrige una frase para que quede contada desde la perspectiva del personaje.
Andrés leía en su sillón. Alguien lanzó un piano a la calle y el impacto causó un estruendo.
Si narramos desde el punto de vista de Andrés, que está concentrado en su lectura, él no tiene cómo saber que alguien lanzó un objeto, ni que ese objeto fue un piano. Esta frase tendría que convertirse en algo así:
Andrés leía en su sillón. Un estruendo sacudió el edificio y estremeció sus tímpanos. Su corazón se paralizó. ¿Qué había pasado? Se levantó alarmado, dio un paso tembloroso y se acercó a la ventana. Un piano destrozado ocupaba toda la acera y algunos pedazos invadían la calle.
Andrés primero escucha el impacto y luego averigua qué fue lo que sonó. Al final de la frase Andrés todavía no sabe cómo cayó el piano: si alguien lo lanzó, si se les cayó a personas que lo subían a un edificio o cualquier otra posibilidad.
Si se quiere hacer algo diferente, como cambiar varias veces de punto de vista durante una escena, conviene cerciorarse de que no se confundirá al lector.
La presentación del punto de vista
Una cosa es el punto de vista de la narración y otra el pronombre que se utiliza para presentarlo.
En el caso del narrador omnisciente se usa la tercera persona, como se mostró en el primer ejemplo. No es posible emplear la primera persona, porque el narrador omnisciente no se sitúa por definición desde la perspectiva de un solo personaje.
Por el contrario, si narramos la historia desde el punto de vista de uno de los personajes, es posible escoger entre la primera, la segunda o la tercera persona, aunque la segunda persona es muy poco utilizada, uno de los pocos ejemplos es Aura, de Carlos Fuentes.
Veamos qué ocurre con nuestro ejemplo al narrarlo desde la perspectiva de Jorge, pero en primera persona (antes estaba narrado en tercera persona).
Lamenté que la situación llegara a eso, levanté el arma y le apunté a Zacarías en el pecho.
– No más evasivas –dije con firmeza-. ¿Dónde están las joyas?
Zacarías guardó silencio.
Escruté su rostro en busca de alguna señal que me revelara si sabía algo. Pero su expresión no se alteró en lo más mínimo.
Un ruido metálico salió del fondo del callejón. Mi pecho se contrajo. Giré la cabeza en esa dirección. Solo vi canecas apiladas en desorden. Seguramente una rata corría entre la basura.
Es posible narrar toda una novela desde la perspectiva de un solo personaje en primera persona.
Por otra parte, es claro que resultaría confuso escribir dentro de un mismo relato el punto de vista de dos personajes diferentes en primera persona. No sabríamos a quien se refiere el narrador en cada momento o sería mucho más difícil aclararlo.
Pero sí es posible escribir la perspectiva de un personaje, el protagonista, en primera persona y la de los demás en tercera persona, alternando las escenas.
Algunos escritores consideran que la narración que utiliza la primera persona es más íntima, acerca más al lector al personaje. Otros dicen que en realidad no hay mayor diferencia. En cualquier caso, ambas modalidades tienen su atractivo y vale la pena probarlas o simplemente dejar que surja cualquiera de ellas al momento de escribir.
Independientemente del criterio que se escoja, lo importante es mantener la claridad y diferenciar bien los puntos de vista para que el lector acceda sin dificultades a la experiencia de los personajes.
Cómo manejar el suspenso
¿Cuál es la relación de este tema con el suspenso?
El punto de vista del narrador omnisciente tiene una ventaja y una desventaja en cuanto a la creación de suspenso.
Por una parte, tiene la ventaja de que nos puede anunciar un peligro que el personaje no conoce generando así suspenso.
Por otra parte, tiene la desventaja de que no experimentamos tanto ese estado mental porque no lo vivimos del todo desde “la piel” del personaje.
Al narrar desde la perspectiva del personaje es posible que este no sepa que se acerca un peligro (en nuestro ejemplo los tipos al fondo del callejón). Entonces, lo que habría que hacer para crear suspenso es, por ejemplo, narrar una escena anterior desde el punto de vista de los “maleantes” donde se les muestre planeando lo que van a hacer.
Además, así se crea así una dinámica de alternancia de puntos de vista que la da velocidad y variedad a la narración. 

Tomado de Escribir ficción 

miércoles, 7 de junio de 2017

Amor de fotografía (Primera parte)


No era la más linda de todas las chicas que había en la preparatoria, algunos me conocían como la nerd de la clase, la marginada que prefería estar en la biblioteca un viernes por la noche, que estar preparándome para ir a una típica fiesta salvaje, donde todos se emborrachan y se drogan.
Antes no estaba sola. Tenía a mis dos mejores amigos, Lina y Andrés. Cursamos juntos toda la primaria y secundaria, aunque los conocí en 7° grado. Andrés era mayor. Él parecía un modelo, pero sin músculos y con lentes. Era un chico genial y amoroso, estuve enamorada de él por dos años, pero preferí callarme y no dañar nuestra amistad. Lina era la única, a excepción de mi diario, que sabía sobre mi amor imposible. Tenía un hermoso cabello negro rizado, era extrovertida y con sus ojos verdes, tenía a más de un chico escurriendo la baba por ella. Yo no me puedo quejar, tengo un lindo cuerpo, pelo negro alborotado y lo que me hace más especial es mi gran imaginación.
Nosotros teníamos planeado cómo serían nuestros días en la prepa. Salir de clases e irnos a la heladería del tío de Andrés, porque en mi honor invento un helado de puro chocolate, que Lina envidiaba, ya que su idea de pie de limón no fue tan popular como creyó.
No digo que nuestra amistad hubiera sido perfecta, existieron peleas, pero cuando eso sucedía cada uno buscaba su propio espacio para relajarse, porque a veces la rutina de estar juntos nos agobiaba. Cuando volvía la calma, nos encontrábamos en el jardín botánico, donde Lina trabajaba los fines de semana.
Después de vacaciones, todo cambió. Ellos no eran los mismos de antes. Andrés había hecho ejercicio y se había puesto lentillas. Las chicas que eran malas con él, dejaron de serlo y en lugar de evadirlo comenzaron a pedirle su número. Pero Lina fue la que más me sorprendió, se hablaba con la “zorra de la prepa”, cuando ella misma la bautizó así, después que esta le robó el novio.
Poco a poco, se alejaron de mí y encontraron nuevos amigos dejándome sola. Nunca imagine que me graduaría sin mis mejores amigos. Fue muy triste darme cuenta de que mis sueños se fueron al abismo. No volvieron a buscarme y me ignoraban cuando estaban con sus otros amigos. Decidí olvidarlos aunque me doliera. Tantos años de amistad solo quedarían en el recuerdo.
Tomé la decisión de irme a estudiar a Italia aprovechando una buena oferta que me hizo el señor Balastro, el representante de la Universidad de Florencia, que asistió como jurado en un concurso de fotografía en el que participé. Al parecer le gustó mi trabajo y quiso darme una oportunidad para irme a Florencia a estudiar arte y fotografía.
Antes que el otoño se fuera, ya me encontraba instalada en el campus de la universidad Galería de la Academia de Florencia. Como las clases iniciaban en una semana, tuve la curiosidad de conocer un poco esta bella ciudad. En mi paseo encontré obras medievales y renacentistas como la cúpula de Santa María del Fiore, el Ponte Vecchio, la Basílica de Santa Cruz, el Palazzo Vecchio y mi última parada era en el museo el Bargello. Cansada y con un poco de hambre, fui al supermercado y compré algo para abastecer mi nueva cocina. Pensando en qué hacer para cenar, me antoje de unos ricos spaghetti, por lo tanto, sabia que debía preguntar dónde está la sección de salsas. Vi a un trabajador, era un chico muy lindo de camisa azul, estaba etiquetando unas latas con una pistola. Tomé aire y me encaminé hacia a él.
–Mi scusi, dove questa sezione di salsas?
–sezione due- respondió sin verme a la cara.
Apenada le di las gracias y me fui hacia la sección dos. Allí encontré varios tipos de salsa, pero se me dificultó decidirme por una, ya que mi dominio del italiano no era total. Una fuerte y tranquilizadora voz sonó detrás de mí, al girar, me sorprendí al ver que se trataba de aquel muchacho.
–¿Por casualidad eres americana? –Preguntó con un español perfecto–.
–¿Es muy evidente? –Respondí, mientras sentía que mi cara se volvía como un tomate–.
–No, tu italiano es muy bueno.  Solo lo deduje por tu ropa, no acostumbro a ver chicas con un estilo similar al tuyo.
Me ayudó con los demás ingredientes que necesitaba para cocinar y me dirigí hacia la caja para cancelarlos. Sabía que tenía que irme, pero me costaba, aquel chico era encantador. Con las bolsas en mis manos y un poco desanimada, caminé hacia la salida, pero esa voz de nuevo me detuvo.  
–¡Espera! -dijo el muchacho- sé que hasta ahora nos conocimos y no te he dicho mi nombre, pero me gustaría salir otro día contigo. Por cierto, soy Alessandro, dijo, y se le salió una sonrisa coqueta y al lado un hoyuelo que tenía escondido.
–Por supuesto que me encantaría salir contigo. Me llamo Olimpia, pero me dicen Oli, dije inmediatamente, como si ambos estuviéramos pensando en lo mismo.
Decidí tomar el riesgo, ya que aún era un desconocido, y lo invité a cenar en mi habitación del campus.  El aceptó, miró el reloj y me prometió estar allá a las 8:30 p.m. con una botella de vino.
Antes que Alessandro llegara, me aseguré de guardar la comida y de lavar los pocos platos que tenía en la cocina sucios. Para tranquilizarme, puse el estéreo que me regalo mi padre para la fiesta sorpresa de Andrés. Esto hizo que recordara a mis antiguos amigos, no había pensado en ellos desde hacía 5 años. Quizás los recordé porque estaba escuchando Melendi –cantante favorito de Lina– o mi puerta de recuerdos se abrió sin permiso.  Salí de mi trance cuando sonó el timbre. Me solté el pelo y deslicé mis manos sobre el vestido.  
Cuando abrí la puerta lo encontré mejor vestido, y algo que me llamo la atención, además del vino, fue su olor a vainilla –mi aroma preferido–. Enseguida recordé los momentos en que mi madre lavaba la ropa, porque ella siempre le agregaba un frasquito con aroma de vainilla. ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué ahora los recuerdos salen sin permiso? Recobré la postura y lo invité a la cocina porque allí estaba preparando los spaghetti y él, gustoso, se ofreció para hacer una salsa tradicional que su abuela le había enseñado cuando era niño.
Después de cenar, salimos a tomar un poco de aire en la terraza. El viento frío, parecía estarle dando la bienvenida a noviembre. El cielo de aquella noche, muy distinto al de mi casa, era el más hermoso que había visto hasta el momento. Parecía una obra de arte, las estrellas brillaban como en una pintura. Mientras observamos aquel cielo de fantasía, hablamos sobre nuestro pasado, sobre la escuela, lo que nos hacía felices y muchas cosas más. Cuando me di cuenta que estaba amaneciendo y que el sol comenzaba a asomarse tras los edificios, corrí rápido hacia mi habitación para traer la cámara. Al volver, vi a Alessandro contemplando el paisaje y decidí, sin pedirle permiso, buscar un ángulo donde se fusionaran él y el amanecer, para así crear la toma perfecta.

Tatiana Ballen Garcia
Comunicación Social
Primer semestre